Acordes de un tiempo inolvidable

Hace unos días, mientras escuchaba música y divagaba sobre la vida, me llegó a la mente un recuerdo lleno de acordes y melodías. La vida "bohemia" que viví en algún momento con un grupo de amigos increíblemente talentosos regresó con una nitidez que casi podía tocar. Hace unas semanas, revisando mi iPod viejo, encontré unos videos de una presentación de ellos en aquella escuela de música donde nos conocimos. El destino hizo lo suyo para que, de alguna forma, yo terminara viviendo una de las mejores épocas de mi vida con ellos, rodeada de música y paz.

Estábamos envueltos en sonidos, en jazz, en arte, en risas y en amigos. En ese entonces, no tenía muy claro a dónde pertenecía o qué iba a ser de mí, y sé que de alguna manera ellos también se encontraban en ese limbo emocional, en donde no sabíamos hacia dónde avanzar y solo existíamos. Sé que yo encontré un refugio con ellos. Fueron meses intensos: se dormía de día y se vivía de noche. Nos despertábamos con la guitarra de alguien ensayando para algún trabajo o con el soundtrack de algún musical de fondo repitiéndose, pero siempre, siempre con música.

Aunque el departamento era muy sencillo, se sentía como hogar cuando estábamos todos, ya fuera celebrando un cumpleaños o cenando juntos después de una noche de trabajo en el bar. Siempre con ese olor a cigarro mezclado con café, cerveza y comida rápida, el sonido del bajo y las guitarras resonando en la sala. De fondo, sonaban nuestras voces sobre alguna sitcom en inglés, porque en español nos daba risa la traducción.

Aquel hogar nunca estaba vacío; siempre había alguien que llegaba a ensayar, a platicar o a echar el jam. Recuerdo todo esto de manera muy especial porque nunca me sentí juzgada, nadie me molestaba y me sentía parte del círculo, aunque irónicamente yo no tocaba ningún instrumento ni cantar me llamaba la atención. Pero verlos poner tanta pasión en cada cosa que hacían, con tanta dedicación, me llenaba el corazón.

Los chistes locales, los slangs que se inventaban y que de repente se volvían parte del lenguaje diario, esas cosas nos hacían sentir parte de algo más grande. Entenderlos y poder estar cerca de ellos me daba esa sensación de pertenecer, y eso es algo que aún me hace sonreír.

No tengo idea de si yo les aporté algo a ellos, estaba en una época de mi vida en donde el vacío era inmenso y quizá no. Pero ellos me dejaron tanto. Me enseñaron a amar el jazz, a entender los acordes, a escuchar la música con otros oídos, a diferenciar los instrumentos, a sentir el ritmo y a amarla de una manera diferente.

Hoy, cuando pienso en esos días, es una mezcla de todo: nostalgia y gratitud. Fueron tiempos increíbles, de esos que sientes tan presentes cuando cierras los ojos que casi puedes tocarlos. No sé si en ese momento entendía cuánto me estaban marcando, pero ahora lo veo claro. Aprendí a ver el arte como algo vivo, a sentir la música en la piel, a entender que las personas pueden ser hogar, incluso si después se van. A veces, cuando escucho jazz, casi puedo oír nuestras risas de fondo, el eco de esas conversaciones sin prisa, la ciudad vibrando allá afuera como si nos perteneciera. No sé si todo fue tan bueno como lo recuerdo, pero prefiero pensar que sí. Porque hay recuerdos que, como ciertas canciones, nunca terminan de apagarse.

Pese a que todo cambió y la vida, como es, nos alejó, cada uno tomó su camino. Ahora son mejores músicos y personas, creo que cada uno ha cumplido sus sueños de una forma u otra. Los recuerdos siguen impregnados de música, de amistad y de esa vida bohemia que me llenó cuando no tenía nada dentro de mí. Y aunque ya no estamos ahí, de alguna forma, siempre lo estaremos, cada vez que suene una melodía que nos haga volver.

--Amor Hdz.

Algunos de ellos, hace tiempo... mucho tiempo.